5 – La amigdala. El secuestro de la mente

PROGRAMAS BÁSICOS

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La amígdala.
El secuestro de la mente

Lectura 7 del Plan de Meditación Super-Brain

Capítulo 5

Como ya mencionamos en lecturas anteriores, la amígdala es una de las pocas partes del cerebro que reducirá su tamaño y su actividad después de unas semanas meditando.

Esto ocurre porque la mayoría de la gente tiene hoy en día una amígdala demasiado reactiva. Demasiado grande. Una amígdala hipertrofiada como si fuera un músculo muy desarrollado después de haberlo entrenado durante años en el gimnasio.

Esto significa que generamos mucho estrés, que emitimos muchos juicios y que las emociones que sentimos son muy intensas. Más fuertes de lo deseable.

Cuando vivimos una experiencia, el cerebro comienza a procesar la información para comprender qué es lo que está pasando.  Solamente después de una primera evaluación preliminar, de un primer juicio, llegamos a ser conscientes de lo que estamos viendo.

La primera evaluación de la información ocurre en las zonas profundas del cerebro, pero solamente somos conscientes de ella cuando la información llega a la parte superficial.

Y durante la actividad profunda del cerebro uno de los momentos más importantes en la “formación” de la realidad es la interacción del hipocampo (gestor de la memoria) y la amígdala (gestora de las emociones).

Cuando entra información por nuestros receptores (como los ojos y oídos) el hipocampo compara esta información con otros recuerdos similares.  Una vez tiene claro qué es lo que estamos viendo, le pasa la información a nuestra amígdala. 

Y la amígdala nos dice si nos gusta o no. 

Miento. No nos dice si nos gusta o no. Nos lo grita. La amígdala nos grita una emoción sobre cada cosa que vivimos. La amígdala emite un juicio bestial.

Pero como el hipocampo tiene una conexión directa y super sólida con la amígdala significa que las emociones se generan antes que la consciencia. 

Y es importantísimo saber esto porque el cerebro siempre va a buscar congruencia. 

Cuando por fin seamos conscientes de lo que estamos viviendo, nuestros pensamientos ya van a estar alineados y definidos para confirmar la emoción que estamos sintiendo. 

Es decir, la emoción genera pensamientos para validar lo que estamos sintiendo. Independientemente de si son reales o si no.

 

Un ejemplo claro para ver esto:

A nadie le resulta cómodo que le apunten con una pistola aunque sea de juguete. Aunque sepamos que no puede disparar.

Nuestro cerebro va a generar la idea de que es posible que esa pistola dispare, aunque sepamos que no es posible. Aunque toda la información racional nos diga lo contrario.

Este tipo de eventos ocurren en nuestra vida constantemente. A veces de forma más consciente y otras veces totalmente inconsciente.

Y los pensamientos sesgados por la emoción serán más o menos fáciles de controlar dependiendo de la fuerza de la reacción de nuestra amígdala. 

Pero también de la fuerza de nuestra corteza prefrontal. De la fuerza que tenga nuestra mente racional para calmar las reacciones de la amígdala. Dependiendo de la fuerza de nuestra corteza prefrontal (CPF).

Siguiendo con el ejemplo de la pistola de juguete. 

La amígdala hace que no te guste que te apunten con una pistola de juguete, pero la corteza prefrontal puede actuar sobre la amígdala y calmarla.

Si pensamos deliberadamente, de forma tranquila y pausada, que lo que estamos viendo es realmente una pistola de juguete podemos detener la reacción de la amígdala. Si pensamos que no dispara y que no puede disparar. Si recordamos que es un juguete lo convertimos en algo indiferente.

Hacemos que la mente racional tranquilice la reacción amigdalina.

Sin embargo, no siempre estamos ante pistolas de juguete. Y además de no tener la corteza prefrontal trabajada, tampoco tenemos información suficiente para cuestionar la emoción con datos de la realidad. 

Pero podemos ir incluso un paso más allá y complicar más las cosas.

Si la emoción que la amígdala genera es muy fuerte literalmente nos secuestra el cerebro

La emoción sobrepasa cualquier capacidad de razonamiento de la corteza prefrontal y sesga completamente cualquier pensamiento o proceso mental que venga después. Secuestra todo tu cerebro para que confirme la emoción descontrolada.

La influencia de la amígdala puede ser tan increíblemente fuerte que nos haga hacer o decir cosas que realmente no queríamos decir o hacer. De forma casi incontrolable. 

Probablemente hayas experimentado esto alguna vez. Ese momento de explosividad y reacción desmedida ante algo que después de un tiempo piensas que “no era para tanto”. Que no deberías de haber reaccionado así.

Cuando la amígdala nos secuestra, se genera una respuesta cognitiva y supuestamente racional (incluso argumentada) que realmente solo está confirmando la emoción de lo que ya estamos sintiendo. 

Generamos argumentos que confirman lo que ya estamos sintiendo, pero además pensamos que estos argumentos son totalmente racionales y que están justificados.

Pero esto no termina aquí. La reacción de la amígdala es tan potente que además nos bloquea la memoria. Evita que podamos recordar aquellas cosas que contradigan la emoción o los argumentos que estamos generando. De nuevo para buscar la concurrencia. Solamente nos deja acceder a esos recuerdos que confirmen la emoción.

Imaginemos que estás con tu pareja y esta hace algo que a ti te disgusta. Algo que normalmente te molesta.

Tu hipocampo identificará ese evento. Tu amígdala generará una emoción y el pensamiento racional que venga después solamente estará ahí para confirmar la emoción que ya tienes. 

Y más aún. Si esta emoción es muy fuerte tu memoria se va a bloquear. Solamente vas a recordar todas las veces donde ha pasado lo mismo (o algo similar) y vas a bloquear todas aquellas veces en las que eso no haya pasado.

Aquí diremos lo típico de: “Es que siempre haces eso”, “Todos los días lo mismo”. “Es que todo el tiempo estás con lo mismo”.

Lo más probable es que esas categorizaciones absolutas no sean correctas, pero nuestro cerebro nos estará diciendo que sí. Pero motivado por la emoción y no por la razón.

Dicho esto, esto no significa que no tengas un fundamento o razón válida detrás de la emoción que sientes. No significa que no tengas motivos.

Simplemente significa que la emoción hace más radicales nuestros razonamientos. Hace que generemos más motivos y más razones para sentirnos como nos sentimos. Hace que magnifiquemos las cosas.

Y cuanto más fuerte es la emoción, más argumentos tiene que buscar el cerebro para sostenerla.

En lecturas posteriores hablaremos sobre cómo evitar el secuestro amigdalino, aprendiendo a generar un momento de pausa antes de estas reacciones. 

Pero de momento lo importante es que sepas que todo esto ocurre. Que nos ocurre a todas las personas (en mayor o menor medida) y que a través de la meditación trabajaremos para reducir esta reactividad de la amígdala. 

Además de reforzar nuestra CPF para resistir mejor estos ataques emocionales.

Cuando meditamos hacemos el trabajo de no emitir juicios. Este es el trabajo con el que precisamente acostumbramos a nuestra amígdala a estar más tranquila. 

La ayudamos a que vuelva a su estado de reactividad natural. Que sea menos capaz de secuestrar nuestra mente. Qué vuelva a ser como debe ser. Por eso al meditar el tamaño de la amígdala se reduce.

Y por otro lado trabajar la atención refuerza nuestra CPF. La hace menos susceptible de ser secuestrada por la amígdala. Más capaz de razonar para mitigar las reacciones amigdalinas.

Como un ejercicio, la próxima vez que sientas una fuerte emoción puedes probar a observar qué pensamientos aparecen.

Pregúntate hasta qué punto es tu mente quien está generando esos pensamientos y cuánta parte racional hay detrás de ellos.

Pero tampoco luches contra las emociones. Acepta su existencia. Observa su experiencia y no las juzgues. Pero piensa sobre los pensamientos que está generando.

De nuevo, esto lo veremos más en lecturas posteriores, así que no te preocupes por dominar este mundo desde hoy. 

Esto es un trabajo para toda la vida. Un proceso muy sutil de aceptar emociones y gestionar pensamientos. Poco a poco lo iremos viendo.

Sobre el autor

Alonso Narváez

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