3 – La gestión de las emociones

PROGRAMAS BÁSICOS

La gestión
de las emociones

La verdadera clave de nuestras vidas no está en lo que nos sucede, sino en cómo respondemos a lo que nos sucede.

Capítulo 3

La gestión de las emociones es un proceso secuenciado. Es decir, funciona por pasos.

El primer paso es aprender a sentir las emociones. Aprender a identificarlas y aceptar su existencia. Sin juicios al respecto y sin luchar contra ellas.

Sobre este tema hablamos en el Plan Super-Brain. Ahí vemos ejercicios de meditación que nos ayudan a identificar las emociones en el cuerpo. Para observar cómo las sentimos dentro de nosotros sin emitir juicios al respecto.

Este primer paso es importantísimo. Porque es identificar lo que estamos sintiendo. Debemos observar cómo se siente la emoción en el cuerpo. Sentir realmente en qué zonas estamos sintiendo esa emoción y qué emoción es exactamente.

Me siento mal pero… ¿Es estrés, es una preocupación, es tristeza, es enfado…? 

A veces sentimos emociones o sensaciones, pero no sabemos exactamente qué son. Por eso es importante detenerse e identificar lo que estamos sintiendo. 

Es poner nombre y apellidos a lo que sentimos y observar su efecto en el cuerpo. Hacer esta observación de “dónde se siente en el cuerpo” es muy importante porque activa un proceso en nuestro cerebro que mitiga la fuerza de esta emoción.

Al sentir la emoción en el cuerpo le decimos al cerebro y al cuerpo que ya hemos recibido el mensaje y que no es necesario que siga emitiendo la señal.

Y una vez tenemos identificada la emoción, debemos comenzar a procesarla correctamente. 

Llegamos al segundo paso: Dejar de luchar contra la emoción

Aceptar que la emoción exista. Tenemos que aprender a no luchar contra nuestras emociones. Aunque pensemos que no tenemos razones para sentir la emoción y aunque nos sintamos mal por ella o aunque pensemos que “está mal sentirse así”.

Las emociones no son buenas ni malas. Simplemente sirven a una función concreta. La naturaleza ha creado las emociones por algún motivo. Por eso debemos aceptarlas para aprender a procesarlas con el razonamiento. Para permitir que la emoción se libere y deje de afectarnos de forma negativa. 

Pero repito, primero debemos aceptar la existencia de la emoción sin juzgar si debemos sentir la o no.

Así pues llegamos a un punto dónde la emoción está identificada y ya no estamos luchando contra ella. Reconocemos la emoción y observamos cómo se siente en el cuerpo. Sin nada más.

Llegados a este punto podemos dar el siguiente paso. Empezamos con las preguntas.

Podemos buscar el origen: “¿Por qué siento estrés?” ¿Qué está provocando que tenga esta sensación?”

Podemos nombrar los factores que están haciendo que la emoción se genere dentro de nosotros (emails, reuniones, presentaciones, fechas límites, etc.), y esto nos ayudará a poner claridad sobre el asunto. 

En este punto puede ser beneficioso hacer una auto-validación de la emoción. Es decirnos a nosotros/as mismo/as “Tienes motivos para sentirte así, es normal que te sientas así”. 

Sin embargo al hacer esta auto-validación es importante no “darnos más cuerda”. No tenemos que generar más argumentos que hagan que la emoción se magnifique. Recordando lo que vimos en el Plan Super-Brain las emociones muchas veces se generan antes de los pensamientos y generan después pensamientos para justificar la emoción.

Por eso debemos reconocer los eventos que causan la emoción, pero poner un poco de distancia con ellos. Debemos ser prudentes y observarlos desde la serenidad para darles la importancia real que tienen. Puede ser que los motivos que pensamos que tenemos hayan sido generados únicamente para justificar la emoción que estamos sintiendo.

El siguiente paso después de analizar (con prudencia) los motivos detrás de la emoción podremos dar el paso más liberador.

Analizar si la emoción es útil o no. 

Si es una emoción que nos ayuda o si no.

Cada emoción en la naturaleza cumple una función.

Para los seres humanos en la naturaleza tener una emoción concreta en una circunstancia concreta era una ventaja evolutiva. Sino esa emoción no existiría.

El miedo y el estrés eran las emociones más útiles para sobrevivir en la naturaleza.

Si estamos ante una amenaza real, el miedo y el estrés nos ayudan a bombear sangre más rápido. Elevan la adrenalina y el ritmo de nuestra respiración para que podamos correr más rápido y escapar de los peligros. Para escapar de un león por ejemplo.

Los enfados y la ira son emociones que nos ayudan a restablecer la justicia. Nos ayudan a superar aquello que bloquea nuestros objetivos.

La tristeza nos ayuda a superar pérdidas, nos ayuda a procesar eventos dolorosos y darle al cuerpo descanso cuando lo necesita.

Y la ansiedad nos ayuda a ser precavidos. Nos permite estar listos ante circunstancias potencialmente desastrosas. Nos ayudaba a acumular comida, agua y a ser prudentes en nuestras decisiones.

Pero hoy en día nuestras circunstancias son diferentes. Nuestras emociones ya no siempre son útiles.

Por ejemplo, en tu oficina, delante del ordenador contestando emails. ¿Es el estrés realmente necesario? ¿Es útil? ¿Cumple alguna función?

En este caso la respuesta evidente es que no. Por eso debemos aprender a deshacernos de esa emoción. Debemos pensar “¿De qué me sirve estar sintiendo esta emoción?”. 

Y si algo no es útil, lo mejor es desecharlo.

Esto es más fácil decirlo que hacerlo. Por eso más adelante veremos unas técnicas y herramientas específicas para ayudar a que la emoción del estrés desaparezca.

De momento solamente quiero que veamos y entendamos el proceso de analizar nuestras emociones. Ser conscientes de la existencia de estas emociones. Saber que no son malas y que cumplen una función. Aceptarlas pero ser capaces de analizar si tienen utilidad para el momento concreto donde las estamos sintiendo.

Veamos este proceso con la emoción de un enfado, por ejemplo. Con la valentía añadida que implica cuestionar nuestros propios enfados.

Como mencionamos, el primer paso es reconocer el enfado. Esto normalmente es fácil. Hemos perdido el autobús, estamos atascados en el tráfico, o hemos tenido una discusión con una persona. Estamos enfadados y sabemos por qué.

El siguiente paso es preguntarnos específicamente “¿Qué está provocando el enfado?”.

Es racionalizar lo ocurrido y dale un nombre concreto: “Me enfada que voy a llegar tarde”, “me enfada que tengo hambre y voy a comer más tarde”, “me enfada su actitud y lo que me ha dicho”. Lo definimos y al definirlo lo limitamos.

Y el siguiente paso es pensar si la emoción es útil para resolver la situación o si no.

¿Te sirve de algo estar enfadado/a? ¿Soluciona algo? ¿Va a cambiar tu situación, o te está ayudando en alguna otra forma?

¿O sirve simplemente para disfrutar de la desagradable sensación del enfado? 

Una vez que te das cuenta de la falta de utilidad de una emoción, puedes empezar a racionalizar la circunstancia. Facilita que deseches la causa que ha provocado la emoción en un origen.

Hacer este esfuerzo ayuda a reducir la emoción y te permite empezar el proceso de racionalización y análisis.

Pero si no es suficiente, lo que también puedes hacer es buscarle una utilidad a la emoción. Haz que esa emoción se convierta en algo útil. Haz que se convierta en un aprendizaje, una lección, una enseñanza, o una acción.

Además empiezas a acostumbrar a tu cerebro a seguir este proceso. Fortalecerás  esta vía para tus neuronas y serás cada vez mejor siguiendo este proceso. Tendrás un nuevo camino de resolución y procesamiento de tus emociones.

Así pues a modo de resumen, estos son los pasos que puedes seguir para resolver situaciones emocionalmente intensas:

  1. Identifica la emoción. Sé consciente de lo que sientes: ¿Es un enfado? ¿Es tristeza? ¿Es miedo? ¿Es estrés? ¿O es simplemente confusión?
  2. Acepta su existencia: Luchar para suprimir una emoción solamente las magnifica. Acepta que exista y observa cómo se siente en el cuerpo. Acepta las sensaciones que acompañan la emoción y siéntelas.
  3. Buscar su origen real: Piensa, ¿Por qué siento esto? ¿De dónde viene esta sensación? ¿Qué está causando esto y por qué? 

Busca también dentro de ti (lo veremos en detalle en el punto siguiente). Piensa si es posible que tú mismo estés generando motivos para justificar la emoción.

  • Analiza su utilidad o haz que sea útil. Pregúntate:

¿Me sirve de algo sentir esto? ¿Va a ayudarme a solucionar la situación? ¿Sentir esto, va a cambiar algo? ¿Es algo que está bajo mi control? ¿De qué forma me puede ayudar sentir esto?

 Dentro de este proceso el punto 3 (encontrar el origen de la emoción) es especialmente importante. 

Y para poder encontrar el origen tenemos que hablar un poco sobre la fisiología de las emociones.

Cómo nuestro cuerpo genera las emociones (y por qué), cómo las emociones interactúan con nuestro cuerpo y cómo cambian nuestra forma de pensar.

Esto nos ayudará enormemente a darnos cuenta de por qué nos sentimos como nos sentimos y por qué pensamos como pensamos.

¡Vamos a ello!

Sobre el autor

Alonso Narváez

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